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Sumo restando

  • Foto del escritor: Carlos Rodríguez Mora
    Carlos Rodríguez Mora
  • 29 abr 2019
  • 3 Min. de lectura

Para mí, como para muchos otros, la vida no tiene sentido. Se puede decir que la gente como yo espera un final, un final del que nadie sabe nada, un final intrigante y misterioso, pero que para algunos es esperanzador y no cruel, íntimo y no compartido, puro y eterno. En la mayoría de las ocasiones de mi vida, he podido comprender que no hay momentos eternos, sino acciones íntimas y pasajeras. En todas y cada una de ellas, he podido oler, ver y apreciar toda esa belleza. Recordar esos momentos en los que hemos sido felices, grabados a fuego, tatuados en la piel del corazón, ocultos en la parte interna de nuestra alma; algo fugaz y para nada material. Ahora, puedo ver como el olor de ese momento se quedo impregnado en mi piel, como esa oscuridad al besar sus labios me dirigía, como todo aquello que nunca apreciamos en esos instantes ha perdurado.


Sumo en la medida que voy aprendiendo. Vivir en una paradoja, una metáfora cruel e irracional, no sumamos experiencias a través de los años. Aún siendo joven, he visto a miles de personas tiradas en la calle, con botellas de alcohol en sus manos perdidos de toda realidad, huyendo de una situación difusa, pasajeros de un tren que hace mucho que perdieron, esclavos de una vida, la suya propia. Son los marginados que toda sociedad quiere evitar, son los primeros que son olvidados de la historia, su cuento es el que nunca se cuenta.


Me costó mucho hacerme a la idea de que la vida es dolor. Llegar de la isla paradisiaca de los niños, aquel lugar donde se te conceden tus deseos, una burbuja necesaria, un lugar mágico y cruel, pues a su salida te impacta lo que es en realidad la vida. Nunca pensé lo duro que sería abandonar mis sueños, la frustración que me causaría no poder conseguir mis proposiciones, comenzar a ser diferente de los demás, llorar porque nadie te entiende, naufragar en un mundo que esta repleto de personas que ninguna quiere verte, caer y tener que levantarte solo, respirar y ver que todo ha cambiado para mal.


Y, esto no cesa, el paso del tiempo es cruel. Sin querer has llegado a los dieciocho años sin saber nada más que lo poco que has conseguido memorizar de unas pocas asignaturas, con unos sentimientos a flor de piel, más perdido en un mundo que te ha enviado a la universidad, una elección fácil pero que asusta, un mundo nuevo basado en el conocimiento y en la noche, posiciones opuestas que irrumpen en mi mente.


Ver como ese niño ha cambiado, cómo ha tenido que ir superando todo tipo de obstáculos, sabiendo que debía de cumplirlo para sobrevivir un día más. Digo que sumo restando, porque he tenido que sacrificar muchos sueños, porque he perdido a mucha gente, porque nunca he sido un valiente y siempre he perdido, pero a pesar de todo eso, puedo decir que han sido mis miedos los que me han llevado a ser lo que soy hoy en día. Un chico de veinte años enamorado de la poesía, que ha conseguido saciar su sed de vida a través escucharse a sí mismo, incomprendido por los demás, pero sincero en mis textos, soñador incansable y temeroso del paso del tiempo. Sumo con cada cosa que aprendo, resto con cada cosa que temo.

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