Miro al cielo y no veo nada
- Carlos Rodríguez Mora
- 12 may 2019
- 2 Min. de lectura
Una vez la Luna me miró, me habló a través de un fugaz destello, clavando un mensaje en mi destino: tenía que escribir para evitar que las estrellas lloraran y cayeran, porque no hay peor final que un adiós sin despedida, de un recorrido fugaz y apresurado en un universo sin límites.
De este modo, puedo hablar de cosas que nunca he visto, de sentimientos que siento que no son míos, que me los han trasladado para hacer un viaje de ida y no de vuelta, porque lo que no vemos y sufrimos es más verdadero que ninguna de los objetos sin sentido y sin ser con los que convivimos.
Juro que escribo para que el cielo no llore, para que la Luna sola en el abismo de su pena, acabe; ponga fin en un recorrido por el que todos pasamos, que es el de la soledad. Porque antes o después todos malgastamos nuestro tiempo, sin ni siquiera un minuto que poder recuperar.
Y es que mi historia nadie la entiende, tampoco nunca la he explicado, ¿para qué? Si todo el mundo está muy ocupado, siendo irresistibles en un lugar de paja y pandereta. Reconozco que a veces puedo actuar como una bestia sin sentimientos que mostrar, pero solo lo hago para sobrevivir en una sociedad en la que si no llamas la atención tienes las puertas abiertas para ser uno entre un millón. No os culpo si no podéis comprenderlo, si ni yo mismo puedo asimilarlo.
Pasan los años y cada vez estoy más cerca de un cielo prometido, aunque en el pasado cometí el error de coserme unas alas con las que llegar antes y lo único que hicieron fueron frenarme. Me quise marchar para no volver, nadie tenía en mi fe, nada tendía sentido, salvo unas palabras pronunciadas desde no sé qué sitio.
Pedí una única petición, que me desataran y me dejaran volar. A un ente libre no le pueden apresar en un sitio en el que no quiere estar, en el que se le arrincona contra su voluntad, en el que no hay motivo por el que existir, excepto resistir. Este fue el motivo por el que aprendí a querer ser, únicamente por la libertad, porque hay personas que viven sin ser, que viven con miedo y se quedaron sin sueños.
Pobres estrellas, nadie entiende que os encerraron en un universo en el que la única escapatoria es perderse. Pobre Luna, nadie entiende vuestro dolor, el de una madre preocupado por unos hijos que no tienen motivo de ser. Pobre yo, que nunca he podido volar para poder escapar de un sitio en el que no sé estar.
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