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Saben cómo soy

  • Foto del escritor: Carlos Rodríguez Mora
    Carlos Rodríguez Mora
  • 15 abr 2019
  • 3 Min. de lectura

Siempre me sorprenden. Da igual la etapa de mi vida, da igual la gente con lo que trate, poco importan mis sentimientos y mi estado de ánimo, para la gente siempre seré de una manera determinada, desgraciadamente. Socialmente, no soy un privilegiado. Siempre he sufrido por ser tímido y vergonzoso, algo que en la actual sociedad no se puede aceptar. Me he topado gente de todo tipo, pero los que más desprecio son esos que van de listillos, con unos aires de presumidos que van a un nivel que nunca podré llegar a entender, esos que te miran por encima del hombro y te dicen las primeras cuatro tonterías que se les ocurre en la cabeza y se van, y al ser tan débil te dejan vulnerable, te dejan intrigado y pensativo, siempre repitiéndote una y mil veces si será verdad esa afirmación.


En el día de hoy, me gustaría hablar de todo aquello que nos provoca la gente externa, esa que nunca se ha preocupado por nosotros, esa que está más preocupada por hacernos daño que de sus seres queridos, cuyo único fin es acechar a los más débiles y amargarnos la vida. A lo largo de mi vida, he podido sufrir de antemano las dos versiones, tanto la negativa como la positiva. Mis oídos han tenido que escuchar desde que soy un “friki amargado que no sé vivir y que voy a terminar mi vida solo”, hasta que “soy un chulo prepotente con ansias de poder constante”. Poniendo en la balanza ambas suposiciones, puedo comprobar que la opinión de la gente no vale nada, y que si hay alguien que debe juzgarse esos debemos de ser nosotros mismos.


No lo puedo evitar, si me critican prefiero que lo hagan con la primera de las hipótesis, y es que en verdad llevan razón, soy un friki, pero soy un friki porque se la importancia que tienen darle sentido a la vida, la importancia que tienen mis estudios y lo mucho que me ha valido a lo largo de mi vida seguir las normas con las que me han educado. Provengo de una familia humilde, de un pequeño pueblo, siempre he sido el más pequeño y el más débil de entre los chicos del pueblo, nunca me vi inferior a nadie, siempre fui un chico callado que intentaba ser avispado para no quedarme atrapado en mi pueblo, el lugar del que siempre he querido salir corriendo. No tengo miedo a perder unas raíces, nunca me sentí integrado, únicamente tengo miedo a que un día alguien de mi sangre sufra lo que yo he sufrido, no podría soportarlo.


Es paradójico sentir que en un sitio en el que eres o has sido la mayoría del tiempo invisible, un lugar que no importa nada, que es desconocido por toda la gente, ha podido causarme tanto daño. Es lo que tiene la ignorancia. Puedo valorar las decisiones tomadas desde niño, raramente acertamos, supe escuchar y supe ser decidido y valiente, nunca me rendí y ahora soy lo que yo mismo he construido, y este orgulloso de ello. Nunca pensé que nadie me miraría de igual, qué habría gente que me valoraría y que incluso tuviera a tenerme envidia, una envidia sana, una manera de verme como un referente.


Siempre me creí un patito feo, no podía evitarlo. Siempre me sentí el más feo de mis amigos, el que menos cosas tenía, el que menos amor recibía en casa, desde siempre me he sentido un perdedor, aún en día también lo hago. No es que lo haya ocultado, pero sí lo he dejado un poco apartado de mi vida, quise conocer por primera ver la felicidad, y creo que en algunos días lo he conseguido, pero sigo siendo constante.


Siempre he sido de callarme todo, nunca pude confiar en nadie. Mi corazón sigue teniendo cicatrices de dolor, todavía siento los desprecios, el sentirme un cero a la izquierda, el estar solo e indefenso, todavía. Puedo creerme que ahora soy otra persona, pero no es así. Únicamente he cambiado físicamente, he sabido desarrollar el sentido del gusto, he aprendido bonitas palabras y soy aceptado por estas características en una sociedad que para mí no vale nada. Me quedo con que cuando me miro al espejo soy el mismo chico que siempre llegaba sucio del polvo del pueblo, que siempre tenía un balón entre sus pies y al que le encantaba que su madre le leyera cuentos. Me quedo con que sigo teniendo el mismo corazón sin que nadie me haya cambiado, a pesar de que todos saben cómo soy.

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