Detalles
- Carlos Rodríguez Mora
- 29 abr 2019
- 2 Min. de lectura
Es sorprendente la extrema dureza del sentir de la vida. Pensar detenidamente en su sentido, en la manera de vivirla, en el desprecio que se le puede llegar a tener, en las cosas que te da y las muchas que te quita. La vida debe ser comparada en una balanza, un objeto que siempre se tiende hacia un lado y eso todos los sabemos.
Pocos hubieran acertado conmigo, en mi actual forma de ser, en mi concepción como persona, en la racionalización de mis actos y en mi forma de expresar las palabras. Relato el hecho de unos ojos grandes, que ocupan dos vidas en su iris, por el que navega un barco acompañado por dos personas, superados en el arte de amar, divididos y reconciliados en el insulto de la pasión descontrolada. Miro encima de ellos y veo unas largas pestañas, entre las que se me enredan mis deseos, esos de abandonar de una vez mi situación y acabar con mi crucifixión. Relatar cómo tengo que esquivar cada una de las pecas que el sol me puso en mi camino, detenerme en la fricción de mi boca, ver como hay una pared entre ella y mis dientes, apreciar que siempre he callado lo que he pensado debido al miedo; bajar con la cabeza agachada, sin mirar a nadie, salvo a unos pies a los que no puedo poner rostro. Dar un paso hacia detrás para no pararme la parada más importante de mi humilde cuerpo, llegar a la parada de mi corazón, contemplar cómo se encuentra roto, dividido, marchito.
Reconocer la debilidad de mi ser, coleccionar recuerdos confundidos, sacrificarlos; hacerme creer que mi existencia no tiene sentido, que la realidad es difusa e inexistente, recrear nuevos mundos, pensar en nuevas oportunidades, encontrar alguien o algo que me cambien, derrotar a la soledad.
Suspiro con cada aliento de vida, muero con cada reproche, he odiado tanto la vida que ya no entiendo que hago en ella, quiero romper las cadenas y los vínculos emotivos que me unen a ella, la salida de emergencia está lleno de peregrinos perdidos en busca de una nueva fe, de un nuevo guía que les guíe, el sentido de la vida hace mucho tiempo que terminó, el superhombre lo derroto, también a cabo con las personas normales, las que son como tu y como yo.
No quiero vacilar en el empujón final, decidir y explorar recordando todo el daño causado, rendirme ante las miradas de dolor, observar las largas colas para obtener un simple pan para comer, esquinas repletas de falsas soluciones, respuestas directas y momentáneas que crean zombis sin motivos por los que vivir, estudiantes a los que les sobran títulos universitarios y que padecen en la sombra de la mediocridad, padres ocultos en falsas apariencias, adolescentes sobrecargados entre libertades que exceden derechos, un mundo dividido en bloques, en guerras y en crisis provocadas por una forma de vida que no es sostenible.
Detalles a los que hay que mirar fijamente para comprenderlos, detalles como las comas y los puntos de un texto que ha sido escrito sin sentido, pero con los ojos muy abiertos.
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