De la rutina al caos
- Carlos Rodríguez Mora
- 15 mar 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 7 abr 2019
Son las 7:30 de la mañana y el despertador suena, como todas las mañanas a la misma hora, es parte de la rutina. Te vistes, desayunas y te pones en marcha a afrontar un nuevo día, pero ¿qué pasaría si todo ese orden rutinario fuera un caos? Detengámonos, demos una mirada al pasado, observemos como hemos crecido, como nuestras ideas han surgido, quienes nos han acompañado, quienes nos han dejado, que es lo que tenemos, en quién nos hemos convertido. Todos tenemos fija nuestra mirada cuando hablamos de objetivos, cuando hablamos de sueños que poseemos desde niños; una mirada directa, fuerte y decidida.
Puede que la realidad en la que creemos vivir no sea nada más que un sueño, algo construido en nuestro imaginario, un simple sueño. Cada día los mismos pasos, los mismos objetivos, el mismo circulo social, el resto no importa, todo es secundario, todo se ha desplazado al cajón de la basura, todo, hasta los sentimientos. Un laberinto entendido como la única realidad, una vida de la que no podemos escapar, unos pasos indirectos hacia la puerta por la que debes de pasar, unos pasos directos que nunca daremos por miedo a fallar.
Vuelves a casa después de un largo día en el que no has conseguido tus objetivos, pero vuelves con la intención de poder desarrollarlos mañana, sin llegar a entender que siempre nos movemos por el mismo circulo, da igual que vayamos de izquierda a derecha o viceversa, el camino siempre es el mismo. Una idea introducida en nuestro pensamiento desde un principio, un origen por descubrir, una idea que nunca podrá ser erradicada.
Cuando nos hablan de nuestros problemas solemos negarlos, de aceptarlos solemos decir que se encuentran controlados, siempre queremos ver la vida como algo positivo y no como algo negativo, sin darnos cuenta de que el mayor de nuestros problemas se encuentra en nosotros mismos y somos nosotros, cada uno de nosotros. Nuestras imperfecciones nos hacen vulnerables a una sociedad que pide la perfección, que no te permite fallar.
El sonido de un teléfono siempre pasa desapercibido después de sonar tres veces, llamadas sin significado, sin sentido, que buscan la monotonía en las relaciones humanas obviando la distancia, beneficios modernos, conductas que hemos ido perdiendo con el paso del tiempo. Llamadas para preguntar, para cotillear, por preocupación y para dar malas noticias.
Instantes eternos en una pequeña fracción de segundo, excepciones que nos hacen cambiar, que nos abren las pupilas de nuestros ojos haciendo reaccionar a la pura verdad, dejamos por fin de soñar para ser en realidad. Profundizamos ahora sí en lo que hemos hecho, o más bien a lo que no, pasamos de pensar de nuestras vacaciones en la playa para apreciar el poco tiempo vivido y todo lo que hemos derrochado. Tiempo como esencia de la vida, tiempo como inicio de ella y también como final, maestro de la vida y amante en la intimidad.
¿Tan importante fue soñar con los ojos abiertos? Comprender que esa forma de vida fue una caída eterna por el limbo, que nada de lo que vimos y sentimos fue real, que todo fue parte de nuestra imaginación, parte de una respuesta inteligente de pasar de los problemas, de obviar la crueldad del mundo. Mi consejo es que vuelvas a casa, compres un billete de ida y no de vuelta, pierdas ahora la sensación de soñar, des un paso atrás a esa sensación aventurera que tanto tenías, olvida que serías capaz de tirarte al vacío y pon los pies en la tierra. Cierra los ojos y cuando sea de día respira, respira hoy sí, para vivir la vida.
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