La excusa perfecta
- Carlos Rodríguez Mora
- 29 abr 2019
- 1 Min. de lectura
Una coraza impenetrable, un corazón relleno de polvo, una soledad olvidada,
respirar fuerte, profundo, intenso;
recodar el pasado, echar la mirada hacia delante y hacer que todo me de igual,
nunca más traicionar a unos sentimientos que no dejaba escapar
como si de una jaula se tratase.
Brusco,
mi parte más imperfecta, mi cicatriz visible, mi debilidad.
Salir, olvidar, cambiar de filosofía: sin la oscuridad, la luz es ridícula.
Disfrazar todos mis miedos y aprender,
ser una excusa, algo prohibido, intenso, valiente.
Elegí cortar las espinas a la rosa,
privándoles parte de su belleza.
Perdido, indefenso, diferente.
Roto en todos mis puntos de partida,
convertido en una sola pieza, en mi destino favorito.
Intermitente,
como el vuelo holgado y limpio de las mariposas,
ligero como las lágrimas al caer,
ahogadas en mi almohada, secas en mi piel, eternas en mi alma.
Efímero,
como el cruel paso del tiempo,
en el que no te das cuenta y tienes el cuerpo tatuado de arrugas sin sentido,
con significados, con historias.
Recordar una y mil veces el pasado,
idealizar lo que verdaderamente fue eterno en ese momento,
volver a ver nuestras miradas clavadas cuando estábamos juntos en la cama.
Temblores de arte escupiendo tinta por todos los costados,
exigirme volver a pintar tu mirada como la última vez,
equivocarme y hacerlo imperfecto,
arriesgar y tragarme mi orgullo,
susurrar a la oscuridad,
volver a ser consciente de la importancia de la imperfección
que nos hace diferente al resto.
Darme ese trocito de tiempo y
empujar a mi propio ser para inventar una excusa perfecta,
acabar construyendo un castillo con las piedras con las que tropecé en el camino.
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